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Lima. La marcha nacional del 15 de octubre volvió a encender las alarmas sobre la profunda fractura que atraviesa el Perú. Lo que comenzó como una movilización convocada por colectivos juveniles y gremios de transporte terminó en una noche de violencia, con un saldo de un muerto, más de cien heridos y diecisiete detenidos. El país se asoma otra vez a un abismo político del que parece no poder salir.
El fallecido, Eduardo Ruiz Sanz, conocido como Trvko, de 32 años, se convirtió en el nuevo símbolo de la indignación ciudadana. Su muerte, ocurrida en las inmediaciones del Centro histórico de Lima a manos de un policía, reavivó las denuncias por el uso excesivo de la fuerza policial. El Ministerio del Interior afirma que “se investigará exhaustivamente lo ocurrido”.
La jornada dejó escenas de caos: enfrentamientos en la avenida Abancay, gases lacrimógenos dispersando a los manifestantes y grupos de jóvenes respondiendo con piedras y fuegos artificiales. Según la Defensoría del Pueblo, al menos 102 personas resultaron heridas, entre civiles y agentes del orden.
El trasfondo político no ayuda a calmar las calles. Tras la destitución de Dina Boluarte por “incapacidad moral permanente” el pasado 9 de octubre, el entonces presidente del Parlamento peruano, José Jerí, asumió la presidencia en medio de denuncias de acuerdos parlamentarios opacos y una legitimidad cuestionada desde el primer día.
El nuevo mandatario enfrenta una tormenta perfecta: desconfianza ciudadana, deterioro económico y una ola de inseguridad que ya supera los 80 homicidios semanales a nivel nacional. Según una encuesta de Datum Internacional, más del 72% de los peruanos considera que el Congreso “debería renovarse por completo”.
Una democracia agotada
Desde 2016 Perú ha tenido ocho presidentes. El último en terminar sus cinco respectivos años de gobierno fue Ollanta Humala. después de él vino una sucesión de presidentes y una crisis política agudizada, tres congresos disueltos y decenas de ministros investigados por corrupción. Cada intento de estabilización termina en una nueva ruptura y todo parece repetirse en un bucle.
“Ya no creemos en las elecciones, porque siempre ganan los mismos con otro nombre”, comentó a Reuters un transportista de Huancayo presente en la marcha.
El creciente malestar se alimenta también de la inseguridad ciudadana. Las extorsiones, secuestros y asesinatos diarios se han convertido en parte del paisaje urbano, y los peruanos exigen medidas drásticas. La promesa de “mano dura” del nuevo gobierno aún no ha pasado del discurso a la acción. El desafío inmediato para el gobierno de Jerí será reconstruir la legitimidad institucional.
